Ainhoa Valle es fotógrafa, docente y terapeuta. Investiga desde su experiencia como docente y sus proyectos personales como el arte transforma a las personas a nivel individual y colectivo, de ahí su interés hacia la fotografía y la creatividad como generadora de una conciencia de cambio social. Entre sus proyectos se aúnan temáticas que tocan por dentro, tanto a quien los contempla como a quien participa de ellos, con una intensidad de transformación palpable en sus imágenes. Desde el proceso de duelo tras la muerte de su padre en Donde el río DESCANSA a Matriz cero en el que afronta un diagnóstico de endometriosis hasta su proyecto sobre la danza butoh de Japón con Butohgrafías, los proyectos de Ainhoa destilan una personal manera de afrontar y desarrollar temáticas con un tacto universal que no deja indiferente. Trauma, duelo e identidad articulan el centro de atención de esta fotógrafa íntima y esencialista, pero a su vez como altavoz de temáticas universales.
Se incorpora en esta undécima edición como protagonista del taller central de Art Photo Bcn. Un taller de tres sesiones enfocado en la autoría y la facilitación de esta a través de la experiencia personal con la fotografía, el cuerpo y la metáfora como herramientas de trabajo. Comentamos con ella sobre aspectos variados de la práctica fotográfica, del circuito y de su propuesta de taller.
¿Como llegas al mundo de la fotografía y de la terapia Gestalt?
Siempre he sido muy visual y me ha interesado la imagen en todos sus ámbitos. En la carrera estudié una asignatura de fotografía analógica y me enganchó, pero fue en mi viaje a India en 2004 cuando me terminó de fascinar. El ritmo lento y caótico del país y la fotografía analógica me enseñaron a sentarme en un chai shop en la calle horas a observar la vida pasar. Creo que allí aprendí mucho más de conceptos básicos de fotografía de lo que me puedo imaginar: a mirar, a entender la luz, encuadrar, a darle ritmo a una secuencia, a darme cuenta de todo lo que queda fuera de campo, lo que está, pero no se ve … Para hacer una buena fotografía más que la estética hay que observar la vida, y vivirla. Una de las primeras series que hice se llamaba “Lo que dura un chai”: Eran fotos de todas las personas, vacas, monjes, madres, niños, rickhsaws y situaciones que iban pasando en esos 10 minutos delante de mí cámara: La India dentro de un vaso de chai.
¿Como fue la formación Gestalt?
La formación en Gestalt fue el motor para volver a Barcelona después de muchos años fuera del país. Es una terapia humanista que bebe de muchas fuentes, entre ellas algunas orientales como el budismo, el taoísmo… Me ayudó a integrar y traducir al lenguaje occidental muchos conceptos, prácticas y experiencias que había vivido en India y necesitaba reubicar en la vida aquí en Europa. Me dio herramientas para estar mejor y para poder acompañar a otras personas a vivir con mayor bienestar. Me recordó de manera muy clara que todo es un proceso, que estamos en una constante evolución y eso desde luego ha afectado a mi manera de entender el medio fotográfico y desde dónde me relaciono con él: la vida no es una imagen fija.
¿Qué cambio de paradigma introdujo en tu manera de hacer fotografía y de entenderla?
Me pongo el traje de fotógrafa a veces y otras el de facilitadora de procesos personales a través de la fotografía. Y más que la Gestalt, que también, fue la danza butoh la que me dio la vuelta a la cabeza cuando la descubrí en el 2008. Su impacto me puso primero en contacto con mi respiración, con mi propio cuerpo y me hizo volver la mirada hacia dentro. Eso me hizo empezar a relacionarme de una manera muy distinta conmigo, con el otro y con el mundo. Me puso la vida y la muerte delante, como una misma moneda y eso ha sido una constante en mi trabajo fotográfico. Este contacto con el cuerpo y con la meditación me han dado la oportunidad de sintonizar con mi propio ritmo más pausado, lo que influye también en mis propios procesos creativos. Creo que es fundamental que cada una encontremos nuestro equilibrio a la hora de crear y de hacer nuestros proyectos, sin prisa, sin acelere, sin necesidad de llegar a ningún lugar.
¿En qué momento una licenciada en Ciencias de la Comunicación da un giro hacia lo autorreferencial de una manera sistemática?
Más que de una manera sistemática, creo mi giro se va cociendo a fuego lento desde mucho antes incluso de ser consciente de ello. Ya en la universidad en el 2003 hice el proyecto de fin de carrera sobre mujeres artistas olvidadas en el S XX, centrándome sobre todo en las voces de los 70. La investigación sobre la vida y obra de artistas como Martha Rossler o Ana Mendieta me vuelan la cabeza, afectan a mi manera de entender el mundo y el de la fotografía desde luego. Me doy cuenta de que lo personal es político y de la fuerza que tiene la primera persona y la imagen para romper los discursos dominantes y llevar la fotografía a otros espacios en los que se convierte en un motor de cambio y no sólo en un fin en si misma. Estas autoras ponían su cuerpo en el centro de la obra, daban importancia y valor a su propia biografía tras siglos de haber sido invisibilizadas y construidas por el filtro de la mirada masculina. Y la realidad que me encontré en la universidad es que ningún profesor quería llevarme el proyecto; fue por fin, la profesora de antropología, la única que mostro interés y vio tan necesaria esta investigación. Las pequeñas historias son parte de la gran historia y el mundo no es mundo para mi sino se escribe la historia completa. Siempre insisto con esto: la fotografía tiene que ser un acto de amor y de resistencia para no olvidar esas, nuestras pequeñas grandes historias. Queda mucho por caminar pero creo que en el mundo gracias a los movimientos feministas de los últimos tiempos ha empezado a florecer algo muy potente en este país en el que se están cuestionando los desequilibrios de poder, colectivizando los saberes, la idea de autoría, los valores de uso de la imagen y la revisión de la historia con una nueva mirada, tan necesaria de actualizar cada tanto.
Tu viaje a la India marcó tu manera de entender la fotografía. Has vivido en Barcelona durante un largo periodo y ahora te sitúas de vuelta en Asturias, ¿cómo ha sido ese cambio de entornos? ¿Se refleja ese espacio en tu forma de afrontar los proyectos de autoría personal?
Vivir en India, Inglaterra, Lisboa, Berlín, Barcelona… me han permitido conocer personas, culturas y modelos muy diferentes de estar en el mundo. Crecí en Asturias, estudié en Salamanca hasta que viajé a India a los 22 años. Un viaje que duró más de 7 años y que despertó un espíritu nómada en mi. Llegué allí y pensé: ”A mí me han contado la versión corta del cuento. ¡El mundo está lleno de infinitas posibilidades y maneras de vivir!” Y es en ese cambio radical que me lleva también a tener una manera distinta de ponerme en relación con las personas, los proyectos, la vida. Un pensamiento en movimiento está más alejado de los límites, el comienzo y el final se traducen en un suceder constante. Y en este nomadismo encuentro una metáfora de ese ir y venir que me ayuda a mirar los proyectos desde una cercanía más profunda y me da la distancia para poder volver a ellos con espacio y tiempo.
Creo que este pensamiento “nómada” a la hora de afrontar los proyectos me ha ayudado a ser más porosa y menos purista con el medio a la hora de dejarme influir por otras disciplinas y no ser tan “fotógrafa”: el butoh, la poesía, la literatura, la danza, la antropología atraviesan mi mirada todo el tiempo. Los proyectos y las imágenes son como seres vivos que van cambiando, suceden, se mueven también, nunca se terminan. Cada vez que las miramos las creamos de nuevo. Las fotografías están vivas, y nosotras: no somos, sucedemos. Viajar me ha ayudado a eso, a suceder.
¿Cómo integras lo que pasa fuera para analizar lo que pasa por dentro?
Tus proyectos son intimistas e introspectivos, pero se ve en tu trayectoria un claro condicionante del paisaje y ese interés hacia lo colectivo de una manera poética, ¿Cómo se conjugan ambos aspectos?
Para mi la fotografía es un constante encuentro: conmigo y con el otro; me permite sobre todo disfrutar de la belleza de eso que pasa fuera que es la luz, de esa materia tan sencilla pero tan increíble que nos permite vivir y escribir imágenes con ella. Hago fotos por el placer de hacerlas, no necesito a veces volver a mirarlas siquiera. Los proyectos sin embargo surgen de una necesidad, hay algo que me atraviesa por dentro: me lleva a fotografiar de una manera más instintiva y luego revisito, investigo comparto… La fotografía es el medio que me ayuda a ordenar, nombrar y visibilizar relatos de mi historia de vida difíciles de digerir. Me importa más el significado que el contenido de la imagen. En varios de mis proyectos me ha servido para construir un relato y sostenerme en esa narrativa en momentos de mucha vulnerabilidad. Mi manera de poder acercarme a una herida abierta es a través de un lenguaje poético; resignifico el paisaje y lo que me ocurre dentro lo llevo fuera a través de la metáfora y los vuelvo una extensión de mi propio cuerpo.
Tus proyectos han tomado formas diferentes, desde fotolibros a exposiciones y potentes audiovisuales. ¿Como es ese proceso de materialización tan variado sin perder intensidad ni mensaje?
En la mayoría de mis proyectos creo que las temáticas en si mismas son intensas (muerte, enfermedad, duelo) pero está claro que cada proyecto necesita materializarse, pensarse y editarse de manera diferente y acertar con el soporte para que no pierda la fuerza. Para mi el multimedia es el que más se acerca a lo que necesito. Me interesa mucho todo lo que le aporta. Tanto en Butohgrafías, como en Matriz cero, sobre la endometriosis, y Donde el río descansa, sobre el duelo por el fallecimiento de mi padre, necesitaba más elementos, son una especie de canto de amor a la vida y la palabra, la voz y la música me permiten generar una atmósfera más orgánica y con más matices. El multimedia me parece un formato que potencia mucho el discurso y lo que le quiero transmitir y tiene la fuerza para apelar directamente a la emoción del espectador.
Hablas muchas veces a la corporalidad de quien hace la imagen, además de quien se sitúa delante de la cámara, pero ¿cómo es esa toma de corporalidad de un proyecto?
Vivimos en una sociedad en la que estamos cada vez más desconectados de nuestros cuerpos, de hecho, con el uso de las nuevas tecnologías estamos viviendo una especie de desconexión y “descorporización”. Parece que el cuerpo tiene que gritar, tiene que doler para que le escuchemos. Existe una palabra en inglés, “embodiment” que se traduciría como encuerpar, corporizar, encarnar que es la sensación de estar dentro de tu cuerpo y sentirlo.
Para mi el cuerpo es la casa que habito, un lugar que vivo como una caja de resonancia y desde ahí me relaciono con el mundo. Cuando veo que me voy, que entro en el piloto automático donde me lleva sólo mi parte más mental, no estoy ahí presente, vuelvo y me sirvo de mi cuerpo para volver. Para darle corporalidad a un proyecto como bien dices, para habitarlo primero tienes que habitarte tu. Y esa es una de las cosas que hacemos en los talleres: habitarnos, habitar las imágenes para habitar el proceso. Nos han enseñado a construirnos desde el pensamiento, a pensar los procesos. “Pienso, luego existo”. Para mi lo revolucionario está en incluir también un “Siento, luego existo.”
En el taller que nos propones se utiliza imagen, palabra y cuerpo bajo el título Corpografías. Anatomía de una Imagen ¿De dónde surge el título?
El título surge de la idea de mirar las fotografías como cuerpos que están vivos. Así las pienso y así las siento. El cuerpo es algo que está en el centro de mi obra y referirme a lo anatómico de una imagen la dota de un significado más rico tan sólo con nombrarla. Mis padres han sido médicos y el Harrison, el manual de principios de medicina interna ha sido más que la biblia en mi casa. Y también hay un guiño al trabajo tan necesario premiado en la edición pasada de mi compañera Rita Puig-Serra.
¿Que implica esta triple condición en un proyecto fotográfico?
En un proyecto fotográfico (o de vida) para que funcione tiene que haber coherencia entre lo que una piensa y dice, lo que siente y lo que hace. Con la fotografía alineamos palabra-cuerpo y creación de esa imagen. Los proyectos más coherentes que conozco cumplen estos tres niveles. Luego ya no entro entre la coherencia del artista y su obra que es otro melón para abrir en otra entrevista, jaja.
¿Cuál es la vía para deshacer un bloqueo o ponerlo de parte de una misma para construir sobre él?
La vía para mi es la confianza, como en casi todo. La confianza y la libertad de poder ser sin juicio ni necesidad de parecer. Que la fotografía nos ayude a poner la atención en aquello que nos haga más libres: Crear sin juicio desde el juego, la escucha ,lo intuitivo… que las personas sientan y se den cuenta que su voz es tan importante como la de cualquiera.
¿Cuál es el objetivo final de estas tres sesiones?
Uno de los objetivos de este taller es que la gente conecte y habite su cuerpo para empezar a construir los imaginarios desde cada una y desde su propio ritmo. Otro de los objetivos es poder crear un espacio seguro donde las personas se sientan cómodas y se den el espacio para poder imaginarse, explorarse e investigar con una mirada más amable. Desde ahí, desde lo fácil. Y también que las participantes se lleven preguntas que sean motor y espacio para abrir nuevas vías de auto-indagación y amplíen su caja de herramientas a la hora de generar una narrativa visual propia y de vida.
¿Cómo se ayuda a un autor o autora a encontrar su propia voz para potenciar su creatividad en función de sus necesidades?
Creo que la mejor manera es acompañarle para poder contactar con sus necesidades reales, desde una mirada sin juicio y dejarle ser sin prisa, lo que es y no marcado por las necesidades del mercado del arte.
Para acabar la pregunta que hacemos a todos los entrevistados, ¿qué debe tener una imagen para que te conmueva?
Una imagen para que me conmueva tiene que tener verdad.